No creáis que puedo contar muchas cosas. Me considero una persona de
lo más normal del mundo, aunque a veces he llegado a pensar que era un
bicho raro (supongo que como nos ha pasado a todos).
Como he comentado alguna vez, soy un tipo bastante sociable pero no
muy social; no puedo presumir de tener cientos de amigos, desde luego.
Pero estoy muy contento con lo que me rodea:
Tres hijos, dos nietas que adoro y algún amigo que estimo.
A estas alturas disfruto de la soledad de mi hogar.
Me siento bien dentro de mi piel.
Mi existencia, como la de cada hijo de vecino, ha tenido luces y sombras.
Pero ha sido ahora, después de los cincuenta, cuando he descubierto la
felicidad que produce la Montaña.
Una serie de circunstancias (que aquí no vienen al caso, aunque quien me
conoce sabe a qué me refiero) hicieron que descubriera esta pasión.
Desde aquel preciso momento se abrió una nueva puerta en mi vida.
Una puerta que puso ante mí miles de destinos, miles de senderos, Miles
de Caminos… cortos, largos, fáciles, complicados, tranquilos, inquietantes,
oscuros, luminosos… y todos ellos hermosos y enriquecedores.