Doce rocines dan vueltas al tiovivo. Doce corceles giran cada año. A este carrusel le dan los doce su sentido. Suben y bajan al son del calendario. Abril dejó a su trote olor a incienso, suspiros de Pasión y amor en nuestro espíritu. Aquí llega mayo, el potro de la luz, majestuoso lucero de crines plateadas, que inunda los espacios de primaverales aires. Mayo pasea su alegre galanura como un blanco caballo. Orgulloso galopa su donaire y su belleza, su garbo y su hermosura. Y a su paso las calles, avenidas, plazas, parques, gentes… la ciudad entera se rinde a sus encantos y engalana fachadas y portales. Con sus cabriolas estallan ventanas y balcones, saturándose de rosas, geranios, gitanillas y claveles. Las noches se suavizan y se adornan con aires de azahar y de jazmines. El mar ondula y coquetea con nuestra blanca costa.
¿Con qué fuerza pisa Mayo cada uno de sus días? Sin duda es el mes, por excelencia, de la Naturaleza, de la Tierra, del Trabajo, de María y de la Madre.